Cruzando el océano

Moscú es una ciudad que queda a 10,892 kilómetros de mi natal Bogotá, así que el trayecto para llegar hasta aquí fue en sí una propia aventura.
Para cruzar el océano; pasé por seis terminales y cuatro aeropuertos en tres diferentes países; tomé taxi, bus, tren y tren aéreo; escuché alemán, inglés, ruso y otros idiomas; disfruté del anochecer y del amanecer desde el aire; y duré más de 24 horas viajando. Todo para finalmente llegar a МОСКВА, Росси́я ✈️🇷🇺

La atención en el vuelo que cruzó el continente, Lufthansa New York - Múnich, fue increíble. Aunque estaba en un asiento de tarifa regular, me sentí como en primera clase. Nos dieron cena, desayuno y múltiples bebidas. También nos consintieron con cobija, almohada, audífonos y una cartuchera con diversas cositas (incluso hasta un par de medias). Al parecer los vuelos intercontinentales son así de cómodos por ser de larga duración. Varios compañeros del programa de Math in Moscow estaban igual de sorprendidos por la buena atención que recibieron en sus vuelos, a pesar de ser en diferentes aerolíneas en categoría económica.

En el avión me sentí como si estuviera viajando hacia el futuro porque mi reloj de mano (y mi reloj de Snapchat) aún indicaban la hora de América. Eran las 2:53 a.m., pero mi vuelo ya había alcanzado al Sol y veíamos el amanecer.

En uno de los vuelos, durante la comida me ofrecieron algo de tomar. Cuando pregunte por las opciones, me ofrecieron jugo de tomate. Quedé muy sorprendida, pues el jugo de tomate que yo conozco es único de Colombia. Así que lo pedí y resultó ser un jugo de tomate vegetal y no tomate de árbol. Era terrible, sabía a salsa de tomate y lo sirvieron con sal y pimienta. Me reí de mí misma por la anécdota.
En la escala de Alemania tuve que cambiar de terminal para coger el siguiente vuelo. El aeropuerto es tan grande que para llegar a la otra terminal hay que tomar un tren (lo mismo pasa en New York). Después para tomar el vuelo nos enviaron en un bus a través de un puente. Algo que me sorprendió del aeropuerto de Múnich en la escasa hora que estuve allá, fue que era extremadamente silencioso, se escuchaba hasta los pasos de las personas. Los únicos bullosos en toda la terminal eran (éramos) los americanos que preguntaban a todos a su alrededor si estaban en la puerta de embarque correcta porque nos cambiaron el número a última hora.

Diferente a experiencias anteriores de viajes a otros países donde el control migratorio es muy estricto, curiosamente esta vez en ningún momento revisaron mi pasaporte sino hasta cuando llegué a Moscú y un oficial ruso con una gran sonrisa me dijo "Welcome!"
La hermosa capital me recibió con una maravillosa tarde cálida de cielos diáfanos y un precioso sol dorado. En el aeropuerto me esperaba Sima, una ayudante del programa Math in Moscow, con un cartel con mi nombre. Tomamos el taxi, llegamos a mi dormitorio y luego me mostró dónde comprar comida. Me sentí muy feliz, aún se me hace increíble estar en las colosales calles moscovitas. Día #1 en Rusia, éxito total.
