Me tomó un tiempo asimilar que mi semestre de intercambió en Moscú llegó a su final. Aquella sensación del último día fue muy extraña. Estaba consciente que quedaban pocos segundos de aquel tiempo tan feliz, pero previsto tan finito. Tiempo de mi juventud… young, brave, wild, and free. Tiempos intensos y dorados.
Me era difícil comprender que debía coger un taxi para llegar al aeropuerto y partir, por lo menos, con un hasta pronto. En el recorrido recordaba los abrazos de despedida, las miradas cristalozas y las promesas de seguir en contacto. Veía dejar atrás las calles moscovitas que ahora me pertenecen a mí, a mí identidad, a mí ser y a mí vida. Me invadió la nostalgia y luché para contener las lagrimas en el taxi. Lagrimas que finalmente derramé en el avión mientras se me acongojaba el corazón y leía las cartitas que nos hicimos entre los compañeros de intercambio para leer durante el vuelo. 16 semanas tan cortas y tan extensas.
Algo que aprendí de este viaje es que los sueños se hacen realidad, si se convierten en metas tangibles con una visión y un plan de acción. Y en adicción, a veces, la orquesta del universo en su gran bondad se confabula para superar con creces la partitura escrita.
Me gustaría contarles una pequeña anécdota. Desde hace varios años llevó un diario donde anoto todo lo que sueño durante la noche. Un día en mayo de este año escribí: “estaba soñando que en el aeropuerto El Dorado había un monumento hermoso, luego salía un sol precioso doradísimo y veía el arco iris”. Y después en la siguiente página dibujé el monumento que vi en mi sueño. Para mi gran sorpresa, meses después, me encontré con ese monumento en Moscú, el “Monumento a los Conquistadores del Espacio”. Los sueños, en ocaciones, se convierten en realidad. En el sentido más literal de todos.
Y así fue toda Rusia, superando de sobremanera mis expectativas, brindándome momentos de ensueño, cada uno mejor que el anterior, todos merecedores de pertenecer al “para siempre”.
Recuerdo muy bien mi primer día en la tierra de los zares y las zarinas. Era un maravilloso día soleado de verano, con los árboles llenos de hojas verdes radiantes y el cielo diáfano color azul profundo. Madrugué con mucho entusiasmo y salí a conocer el barrio, llena de intriga y expectativa hacia lo desconocido.
Llegué a una calle, una de esas calles típicas de Moscú, colosales y eternas como ellas solas, donde un desconocido que se hacía entender con palabras de inglés a medias y usando el traductor de Google para comunicarse en español, me regaló una rosa fucsia, envuelta en papel tornasol y una cinta rosada.
Luego seguí andando y llegué a otra calle, esta llena de floristerías (floristerías que permanecen todos los días del año abiertas 24 horas al día, ya que las rusas ADORAN las flores). Mientras pasaba al frente de una de esas floristerías, uno de los empleados me dijo algo, a lo que yo le respondí en mi precario ruso “yo no hablo ruso, hablo español”. Haciendo uso de señas me preguntó “¿de dónde eres?” y cuando le respondí “Colombia”, extendió su brazo y con una gran sonrisa señaló los gigantescos ramos de flores de su tienda y me dijo “estas flores vienen de Colombia” y apresuradamente tomó una bella rosa rosada jaspeada con blanco y me la regaló.
Por si fuera poco, después de semejante bienvenida, ese mismo día en la noche salí a comer al deslumbrante Centro Comercial Europeski en la calle Kievskaya, donde Serebro, una de mis bandas favoritas de todos los tiempos, estaba dando justamente allí un concierto libre al público.
Qué emoción escuchar esa música rusa, música que me gusta hace más de una década. Música que solo escuchaba a través de YouTube porque en el otro continente ni por accidente se oye. Música rusa que en este lado se escuchaba en la radio, en las discotecas, los buses, los taxis y las cafeterias. La música me hizo sentir identificada y querer aún más a esta nueva tierra.
Aparte de la despampanante arquitectura, Moscú me quitó el aliento en diversas ocaciones con sus paisajes y sus estaciones. Arribé en verano, pero pronto llegó el famoso золотая осень, otoño dorado. Una tarde soleada mientras estaba en clase sentí una alegría descomunal cuando miré por la ventana todos los árboles con sus mejores trajes de oro y noté que las hojas empezaban a caer, tal como en las películas. Pero mi emoción fue aún mayor el primer día que cayó nieve, la primera vez que la veía en mi vida. Emoción solo superada unos días después, cuando salí a caminar al parque Gorki.
Durante mi primer semana en Moscú visité por primera vez el parque Gorki. Era un hermoso día de verano, los niños jugaban, los jóvenes montaban bicicleta y patinaban en grupo luciendo trajes veraniegos, había pequeños conciertos al aire libre, quioscos de comida, carritos de helado, mesas de ping-pong y barcos en los lagos. Todo estaba lleno de flores, las hojas de los árboles eran de color verde muy vivo y muy intenso, el agua de las fuentes se elevaba hasta el cielo y las mariposas volaban en el aire. Incluso mientras mis amigos y yo descansábamos en una banca de madera, un joven ruso usando su mejor inglés nos hizo un espectáculo de magia sin esperar nada a cambio, sólo por amor al arte. Luego cruzamos el puente Krymsky y observamos un maravilloso atardecer de pinceladas anaranjadas sobre el río Moscova.
Después de ese día, regresé al parque Gorki sólo hasta cuando la nieve ya cubría toda la ciudad. Como buena nativa del centro de la tierra, yo nunca había visto las estaciones. Los paisajes no estáticos y variantes eran para mí un concepto totalmente foráneo, y hasta difícil de entender. Caminé nuevamente por el puente Krymsky, sobre el río Moscova, hasta llegar al parque Gorki. En mis recuerdos estaba esa alegre tarde cobriza de verano, recuerdos que contrastaban ahora con los árboles sin hojas, el frío y la nieve decorando todo el paisaje. Tanta belleza tan austera y tan sublime causó en mí una gran conmoción y un bello sentimiento de desahucio que me es difícil de describir en palabras. Fue abrumador.
¡Oh Moscú! Siempre con tanto por ofrecer en sus diferentes vestidos. El cambio de estación, también trajo nuevas experiencias culturales y nuevas actividades. Fue muy divertido observar los trabajadores quitando la nieve de los techos y las curiosas precauciones que la ciudad tomaba, además de las nuevas declaraciones de moda que los moscovitas exhibían: sacos, botas, abrigos, bufandas, guantes y gorros por doquier. Quitaron los adornos y marcos de flores de las calles, para remplazarlos con decoraciones de invierno (y de año nuevo 2017, el año del gallo, desde tan temprano como octubre). Mi actividad favorita de invierno fue salir a patinar sobre hielo, mientras la nieve caía, en las diversas pistas llenas de color, comida y música que abrieron en la ciudad.
¡Oh Moscú! Siempre con tanto por ofrecer en sus diferentes minutos. Ciudad de 24 horas. ¿Cómo olvidar esas salidas de fin de semana, pasando por la majestuosa Plaza Roja y la Catedral de San Basilio a las tres de la mañana? Plaza Roja, plaza a la que le cogí tanto cariño. Plaza símbolo de aquella ciudad tan maravillosa. Plaza que ahora sé que se llama así no por ningún ejercito, sino porque la palabra Красная (roja) viene del ruso antiguo que significa “bonita”, es decir, Plaza Bonita.
Pero no sólo Moscú me quitó el aliento, también Rusia con sus tradiciones y paisajes mágicos, nostálgicos y misteriosos. San Petersburg, Vladimir, Suzdal y por supuesto también Moscú. Cada una tan única y tan especial, propias y dignas de un cuento de hadas. Ese sentimiento de magia estuvo presente a lo largo de todo el intercambio.
Rusia es un país con una larga, sólida y fuerte tradición matemática. No sé cómo será la perspectiva desde otros países, pero por lo menos desde el círculo matemático con el que me codeo en Colombia, Rusia, matemáticamente hablando, es contemplado con gran reverencia, admiración y un tanto inalcanzable debido a la barrera lingüística y a la gran lejanía geografía y política.
El programa “Math in Moscow” abre sus puertas a occidente ofreciendo clases en inglés a estudiantes internacionales, principalmente de universidades norteamericanas (de hecho en la historia de los quince años del programa, yo soy la primer estudiante proveniente de una universidad latinoamericana), para enseñar matemáticas usando las costumbres rusas, donde se le da prioridad a resolver problemas, en lugar de memorizar teoremas, y énfasis a la participación de los estudiantes.
Desde el primer día quedé gratamente sorprendida. En la jornada de inducción los profesores hablaban con tanto entusiasmo de cada una de sus materias, que hasta provocaba inscribirlas todas. Además siempre tuvieron en la cuenta los antecedentes matemáticos de cada uno de nosotros, todos muy distintos ya que veníamos de distintas universidades. De igual manera, a lo largo del semestre estuvieron pendientes de nuestro progreso individual.
La transformación matemática interna que viví y lo mucho que aprendí fue impresionante. Aunque muchas veces tuve dificultades con las clases por la complejidad de los temas vistos, la pasión por las matemáticas que se vivía en el ambiente era tal, que las notas pasaban a un segundo plano y lo que importaba era el aprender, de verdad. Descubrí que era capaz de mucho más de lo que llegué a imaginar si me lo proponía.
Entre tantas cosas por contar, destaco las secciones de una hora y media de clase seguidas por otra hora y media de resolver ejercicios. También en una de las clases tuve que presentar un examen de matemáticas oral, algo que se ve con poca frecuencia en el continente americano pero muy tradicional en el método ruso, en el cual aprendí la importancia de la precisión de pensamiento y lenguaje a la hora del quehacer matemático.
Aprendí cosas tan interesantes como el anillo conmutativo de los enteros gaussianos (antes de este semestre, tan sólo ese nombre me hubiera asustado), alcancé a vislumbrar sobre el afamado problema P vs NP, y además aprendí sobre algunas cosas de la historia de las matemáticas en el propio lugar de los hechos. (A todas estas, les recomiendo de gran manera el libro Love and Math de Edward Frenkel). Sin mencionar las divertidas clases de ruso, hasta donde nos consintieron abriéndonos un nivel más avanzado para aquellos que teníamos mucha sed del idioma eslavo.
Mi experiencia con las matemáticas este semestre las describiría como un amor de los mil demonios, que me generó todo tipo de sentimientos. A manera de anécdota, les cuento que un día con una amiga nos encontramos en el descanso comentando sobre la belleza del tema de la clase y cómo eso nos hacía sentir el pulso acelerado y con nervios, llegamos a la conclusión que estábamos enamoradas de las matemáticas. Incluso, otro día, una mañana mientras trabajaba en mi escritorio, sin querer se me escapó un suspiro y sin intención murmuré “matemáticas”. Eso ya es amor. 😂😂😂
Una de las razones por las cuales siempre quise visitar Rusia fue porque mi papá hablaba con mucho entusiasmo sobre el gran impacto que causó las dos semanas que él pasó en el país durante su juventud, hace medio siglo. Él siempre recalcaba que los rusos eran unas personas muy inteligentes, organizadas, hospitalarias y amorosas. Además de ser un país terriblemente cultural, lleno de museos, palacios de oro, festivales, recitales, ballets, obras de teatro, etc. A veces pensaba que él exageraba un poco, pero viviendo en Rusia me di cuenta que sus descripciones, al contrario, quedaban cortas.
En la tradición rusa, el primero de septiembre es el día del conocimiento y marca el primer día de clases del año escolar, lo cual es una gran fiesta en todo el país, ya que se celebra la educación como hecho que cambia la vida. Los estudiantes en las calles iban muy elegantes y con racimos de flores. Las niñas con pompones en sus cabezas, jardineras impecables y una banda diagonal de color rojo con letras doradas. Los niños de corbata y bien presentados. Los parques y las plazas de la ciudad estaban decoradas haciendo alusión a los elementos químicos, al espacio, las matemáticas y la física. Incluso, cuando a nosotros, los estudiantes de intercambio de matemáticas, nos estaban tomando una foto al frente de la universidad, un señor que iba pasando en un carro por la calle bajó el vidrio y gritó en inglés “¡Primero de septiembre!”, sacó su brazo y nos dio pulgares hacia arriba (un “me gusta” de la vida real).
Seguro a ese amor por el conocimiento se debe el intelecto que percibí en los rusos con los que traté. Me impactó de gran manera la inteligencia, el nivel cultural y los temas de conversación que tenía hasta el ruso más promedio de todos. Era un deleite hablar con ellos.
Además, cabe resaltar esa manera fascinante de comportarse tan propia de los rusos. Los guardias, y en general las personas con algún tipo de poder, aparentaban ser frías e intimidades a primera vista, para convertirse al instante en las personas más amorosas, jocosas y serviciales. Las típicas babushkas (abuelas) con sus sonrisas grandes y sus voces llenas de alborozo siempre preocupándose por corregir el ruso atravesado de uno, advertir que los zapatos estaban sin amarrar, esmerándose porque uno comiera bien o frunciendo el ceño cuando salíamos a la calle sin estar bien abrigados. O los jóvenes rusos, siendo muy coquetos y galanes, siempre con sus pequeñas cortesías y buscando la forma de pedir el Instagram o el VK (equivalente de Facebook en Rusia), pero nunca sin cruzar la raya.
Por supuesto, Moscú definitivamente no hubiera sido lo mismo sin mis colegas de intercambio y la experiencia de vivir en el dormitorio. Viví un doble intercambio, estando en Rusia y a su misma vez conviviendo con mis compañeros, la gran mayoría americanos. Fue como adquirir doce nuevos hermanos increíblemente talentosos y extremadamente inteligentes. Cada uno siendo una cajita de sorpresas, con sus propios matices y sus propias locuras. Siempre había alguien tocando la guitarra, el ukelele, o el piano. Jugando ajedrez o Scrabble en ruso. Me pegaron un nuevo pasatiempo, el rock climbing. En medio del revuelto de idiomas y acentos, descubrimos que los idiomas no son biyectivos. Siempre había alguien con quién comer, con quién compartir y con quién reír. Desde adoptar a una gata en una noche fría de Halloween (y llamarla Cat-egory en honor a la Teoría de Categorías), jugar peleas de bolas de nieve, comer donas en una fortaleza de hielo, o hasta ver “Nathan for You” en una fortaleza de cobijas dentro de uno de los cuartos, así tal cual como niños pequeños. Compartiendo juntos desde la lejanía el dolor patrio por el panorama desalentador de las elecciones. Celebrando cumpleaños y en general buscando cualquier excusa para celebrar. Trasnochamos, y mucho. Unas veces, estudiando hasta perder el sano juicio. Otras veces, viendo películas o rompiendo una que otra regla. Otras tantas, saliendo a explorar a Moscú. Y especialmente la última semana donde queríamos pasar el máximo tiempo posible los unos con los otros, pasando en blanco hasta la madrugada hasta que llegaba el taxi de los que partían cada día. Se formaron un sinfín de chistes internos que nadie más entendería jamás y se forjó una hermandad difícil de explicar.
Cuando arranqué a escribir esto, pretendía sacar solo unas cuantas lineas de conclusiones finales, pero hay mucho por contar que podría seguir y seguir. Mis días en Moscú fueron de constante asombro, en el sentido más positivo posible de la palabra, llenos de aventuras, nuevas experiencias y muchos aprendizajes en todos los aspectos.
Moscú me cambió como matemática y por lo tanto me cambió como persona. Europa transformó la base de mi espacio vectorial. Mi perspectiva del mundo se extendió y mi visión de la vida acrecentó. Se amplió el horizonte y se creció la ambición.
Mis memorias de Moscú son de las más preciadas que tengo, que hasta siento algo de miedo de llegar a olvidar esto que sentí y que viví. La gente sabrá que tan importante fue, pero nunca llegarán a entender. Ni mis letras, ni las más de siete mil fotos que tomé, le harían justicia a todo lo vivido. Solo me resta decir que los invito a conocer a Rusia.
Mi corazón se creció, adoptando ahora una cuarta bandera, la rusa:
“Math in Moscow”, amigos, Moscú, Rusia y a todos los que me ayudaron a llegar a estas tierras tan lejanas, gracias infinitas por todo, por este sueño cumplido con éxito. Мечты сбываются. Я тебя люблю Москву. Спасибо за все, Россия.
Que los caminos de las matemáticas, o de la vida, me vuelvan a traer por mi Moscú.
#SeValeSoñar #TudoÉPossivel #DreamsDoComeTrue #МечтыСбываются